miércoles, 30 de abril de 2014

Historias con expresiones."UNA ENFERMEDAD PUEDE DAR VIDA" .Gema García. 1º de Bachillerato

Desde que mi marido se murió, no he salido más. Su enfermedad no fue un ave de paso. A los 27 años le diagnosticaron esclerosis múltiple. Se trata de una enfermedad del sistema nervioso central que afecta al cerebro, tronco del encéfalo y a la médula espinal.
Todo comenzó aquel hermoso día en el que habíamos salido al campo para pasar todo el domingo. Mientras dábamos un paseo aparecieron las primeras manifestaciones de la enfermedad como problemas de la visión y pérdida de fuerza en los brazos y piernas. He de admitir que ambos bajamos la guardia y no nos molestamos en acudir al médico.
Tras días en los que los síntomas persistían decidimos ir al médico. Viendo la cara de seriedad del doctor no nos temíamos nada bueno y cruzamos los dedos. Tal y como esperábamos nos dio malas noticias. Al enterarnos de algo lo cual no esperábamos, nuestra reacción fue quedarnos en estado de shock. Mi marido y yo tuvimos una discusión bizantina con el doctor por varios motivos. El primero era que no nos lo creíamos, el segundo era que no entendíamos cómo era posible que no se hubiera detectado antes y el tercero y peor era que cómo podía ser que le pasase tan joven y que eso no tuviera cura. Mi marido echaba leña al fuego siendo totalmente negativo.
Los primeros meses después de la horrible noticia fueron totalmente desagradables. Yo apoyaba a mi marido en todo momento pero no había manera de animarlo. Su familia y amigos también estuvieron en todo momento pero no era para menos. No era para menos porque mi marido ha vivido por y para sus seres queridos. En esos meses nos mentalizamos de cómo favor con favor se paga. Al fin y al cabo todo lo que había dado mi marido por los demás lo estaba recibiendo en esos instantes.
Todo dio un golpe de efecto y como si hubiera pasado un ángel ocurrió algo que cambiaría nuestras vidas. Mi marido y yo deseábamos tener un hijo pero yo no podía quedarme embarazada. Mi marido era consciente de esto y sin embargo, le importaba un bledo porque me quería con locura. Ninguno de los dos hubiéramos jugado jamás a dos bandas porque cada uno era feliz con la felicidad del otro. Volviendo al día en que cambió todo, uno de los días más felices para los dos, las cosas ocurrieron de la siguiente manera. Era una mañana como otra cualquiera cuando al despertarme curiosamente yo vomito. Mi marido, al escucharme, rápidamente se preocupa e interesa por mí. Yo, muy desconcertada, me da por reír y tocarme la barriga. No pude evitar mostrar mi felicidad y mi marido leyó entre líneas. Sí, estaba embarazada. Muy felices se lo comunicamos a nuestros familiares. Al enterarse mi cuñada, la sangre llegó al río. Ella no daba crédito a una cosa tan ilícita. Yo le expliqué que tampoco me lo creía pero que esas cosas pasaban. Yo antes de pasar a mayores y por lo feliz que me encontraba quería que todos se encontraran igual. Moví los hilos y le dije que si quería ser la madrina. Esa noticia debía de ser recibida con mucha alegría y no lo contrario. Todos nos habíamos quitado esa idea de la cabeza pero sin duda nos enseñó que nunca podemos decir de esta agua no beberé.
No tengo ni idea de cómo hubiera transcurrido la vida de mi marido sin esta noticia pero lo que no cabe duda es que otro gallo cantaría. Todo esto nos motivó y nos pusimos las botas, empezamos a ahorrar y a comprar todo lo necesario para lo que se avecinaba. Empezamos a hacer más cosas juntos y a volver a salir y sonreír como antes. Organizamos un almuerzo y mi marido se encontraba tan feliz que gritaba a todos: ¡Que aproveche! Un amigo de mi marido, el cual era un ratón de biblioteca, comentó que había leído sobre la enfermedad y que era increíble el cambio de actitud con el que lo estaba afrontando. Aquel almuerzo nos supo a gloria.
Nueve meses más tarde llegó el niño. Lo llamamos Diego y pesó 3 kilos. Era precioso. Mi marido salía a la calle con el niño y le tiraban los tejos. Pero eso no era sólo por el niño sino por lo bien que llevaba la enfermedad mi marido. He de decir que cuidar a Diego fue un trabajo de negros pero lo sacamos adelante como mejor supimos. Muchas veces nos dieron ganas de decir “Diego, vete a la porra” pero suponíamos que eso les ocurría a todos los padres en algún momento.
Mi marido tenía un tratamiento para retrasar la enfermedad y tomaba esteroides para disminuir la gravedad de los ataques. Él odiaba tener que estar con eso y, al principio, en muchas ocasiones me decía que él se bajaba de eso. El doctor, como zorro viejo, nos comunicó que era fundamental que siguiera el tratamiento. Mi marido se negaba porque sabía que no tenía cura y no le servía de nada. Ese pensamiento cambió cuando tuvimos a nuestro hijo y pensó que probablemente lo vería crecer y estaría mejor con el tratamiento. Quizás esa razón fue la más que lo hizo reflexionar y eso fue lo que necesitaba. Necesitaba algo por lo que luchar sin tener que dar pena. Supongo que eso fue. Mi marido murió a los 58 años de edad. Vivió con esa enfermedad la mayor parte de su vida y, aún así, fue feliz.

Pienso que eligió seguir hacia delante en vez de ser una víctima y que decidió vivir la vida a pesar de no estar como quería. A lo largo de los años se dio cuenta de que el tratamiento sirvió de mucho ya que los daños podrían haber sido peores y eso se lo agradeceremos al zorro viejo siempre. Hoy en día, nuestro hijo estudia sobre la investigación de tratamientos contra este tipo de enfermedades y, seguramente, su padre esté muy orgulloso de él. Yo no he salido más desde la muerte de mi marido pero no porque este triste sino porque los recuerdos junto a él son mi mayor felicidad.

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