sábado, 12 de abril de 2014

CULTURA CLÁSICA. Las Termas romanas. Relatos de ficción.

.ASESINATO EN LAS TERMAS(Adrián Rodriguez)

Era el 12 de lunius a la hora nona, vino un ayudante a llamarme, él decía que tenía que ir a las termas por un brutal asesinato de un magistrado. Salí corriendo lo más rápido posible solo tarde 3 minutos en llegar, al entrar había un revuelo enorme no había visto tantos esclavos y gente importante juntos nunca, todos estaban en el Apodyterium.
Al entrar en el Fridarium no había nadie, parecía que estaba cerrada, solo se oían a otros dos investigadores que hablaban desde la Palestra y a otros tres hablando en el Praefurnium buscando algunas pistas.
Al llegar a la Palestra vi algo que nunca había visto, la sangre salpicaba todas las paredes, incluso al  natalio había llegado la sangre y quedando toda el agua roja. El cuerpo del magistrado parecía torturado, le faltaban tres dedos, dos de la mano derecha y uno de la izquierda, estaba claro que había sido alguien que estaba allí, pero la  pregunta era quién y  yo estaba allí para averiguarlo.
Registramos las termas de arriba a abajo y, finalmente, encontramos dentro del Fridariun algo parecido a un cuchillo pero muy  rudimentario y  manchado de sangre.
Habíamos descubierto dos cosas, la primera, el arma homicida y la segunda que el asesino había sido un esclavo ya que si hubiera sido un magistrado  el cuchillo estaría mejor tallado o con un mango en vez de con un trapo manchado de sangre del magistrado, probablemente.
Ya se habían ido todos los magistrados, solo quedaban los esclavos. Ya era la hora décima y todos teníamos hambre pero también sabíamos que no debíamos irnos hasta encontrar al culpable. Tras interrogarlos el esclavo más joven confesó, ya estaba apresado, ahora es momento de ajusticiarlo y decidir su destino pero eso ya era cosa de los tribunales  y no nuestra.

UN PASEO POR ROMA (Giselle Silva)

                   Las calles de Roma presentaban un aspecto antiguo, quién sabe cuánto tiempo hacía desde que construyeron todo aquello. El lugar de mi destino eran las termas, un lugar donde los antiguos romanos disfrutaban del ocio. Las termas son como un gimnasio, más SPA... Allí era donde pretendía pasar la tarde. Antiguamente, se hacían horarios para hombres y mujeres, ya que no  podían coincidir. Esa norma en las termas a las que me dirijo, no se ha cambiado todavía.
                   Di la vuelta a la esquina que por fin dejaba ver con claridad mi destino. Allí estaban, las termas deseadas. Aceleré mi paso para poder entrar lo antes posible en aquel inmenso establecimiento. La entrada era normal, con un gran arco al fondo que dejaba dar paso al interior de estas. A la derecha, se encontraba la mesa en donde se pagaba lo necesario para poder entrar y relajarse. Las paredes estaban pintadas con tonos amarillo dorado y granate, además, se podía apreciar a simple vista lo viejas, pero en perfecto estado que estaban. Esto en la antigüedad, seguramente estaba a rebosar de romanos queriendo darse un lujo y cuidar su cuerpo.
      Una vez pagada la entrada, pasé por aquel arco que tanto me llamó la atención al principio del viaje. Miré a lo alto para asegurarme de que no se me iba a caer encima, ya que esa era la impresión que daba desde donde yo lo veía. Bajé de las nubes para fijarme en el lugar más grande en el que había entrado nunca. Por fin podía decir que había entrado en unas termas; que el pataleo que me había pegado del hotel hasta aquí, había merecido la pena. El enorme espacio de la sala, era acompañada por unas columnas que dejaban una especie de plazoleta en su interior, dando así un ambiente relajante. Avancé entre las altas columnas, situándome en el centro de la plazoleta apreciando la maravillosa arquitectura. Podía ver cómo los romanos paseaban y charlaban en esta. Incluso podía imaginarme a dos hombres que se conocen saludándose mutuamente y contándose sus cosas, como si se tratara de un sympósium
      - Perdone, señorita Catherin ¿necesita algo?-. Una voz femenina, acompañada por los sonidos de unos tacones clavándose en el suelo, me interrumpieron de mi deseo de proseguir con la visita. Me viré y pude ver cómo una mujer de unos veinte o veinticinco años, menuda, con el cabello de color marrón oscuro y con un tono de piel pálido, se aproximaba a mí con una sonrisa de oreja a oreja, como las de las dependientas de una tienda cuando se cansan de verte caminar de un lado a otro buscando la prenda que más te gusta. Vestía una falda blanca ajustada que le llegaba hasta las rodillas, una americana a juego con esta y debajo de la americana una blusa negra que dejaba al descubierto un enorme collar de perlas blancas.
         - Claro, gracias... Estoy un poco perdida, la arquitectura es magnífica. ¿Puede enseñarme dónde me puedo poner la bata? Ya sabe, para poder meterme en el agua-. Ella asintió e hizo un gesto para que la siguiera. No sé el qué me sorprendía más, que pudiera andar con esa falda ajustada, o que se supiera mi nombre.
          La seguí hasta los aseos. En comparación con lo que acababa de ver, el aseo era mucho más diminuto. Se componía de taquillas, bancos para poder sentarse, y al fondo había un gran muro, detrás de él supuse que estarían las duchas de agua limpia. Salí del aseo, y volví a pisar la plazoleta, esta vez sin mi ropa habitual, pero estaba abrigada con una enorme bata blanca que me llegaba a las canillas de pato que tenía. Me introduje en un pasillo con escasez de luminosidad, y claro está de ventanas. Al fondo de este había otro arco, pero menos inmenso que el de la entrada. Me pareció que cuanto más me introducía en las termas, menos sensación de lujo me daba.
         El olor abrumador que bañaba de una sensación agradable a mis hocicos, hacía que me relajara aún más mientras me aproximaba. Crucé el arco, pero esta vez sin la misma sensación de que se iba a caer. La luz natural del lugar hizo que medio entrecerrara los ojos por el daño que me producía. El espacio era al descubierto, con baldosas de la forma de un hexágono regular, la verdad es que mareaba un poco, pero era cuestión de costumbre, se me pasaría dentro de unos minutos.
        Pocos metros hacia delante, estaba la primera piscina. Ésta, era rectangular, y además, la más grande a simple vista. Al fondo, había una especie de capilla a la que los romanos llamaban Caldarium, es decir esa era la del agua caliente, también acompañada por una piscina, pero ésta era de forma circular.
         Decidí hacer <<pito, pito>> para elegir la piscina en la que me iba a estrenar en esto. Me senté en el borde para meter primero las piernas y probar como estaba el agua. Sentí como el agua me bañaba la piel de forma delicada, el agua estaba fría, es decir estaba en el Frigidarium. Apoyé las manos en las baldosas y me eché para atrás, coloqué las manos en el borde e impulsé un poco mi cuerpo con el fin de sumergirlo en el agua. La mandíbula me empezó a tiritar, pero aun así seguí en el agua. Sabía que me terminaría acostumbra
        Cerré los ojos dejando el cuerpo suelto para poder flotar. Cuando volví a abrirlos, la imagen difusa de un rostro masculino apareció ante mis ojos. Pestañee para poder ver con claridad. El tono de piel era mulata, tenía dos perlas verdes como ojos,  su cabello no era muy corto, más bien lo tenía un poco largo de color dorado. No dijo palabra, así que pensé que lo que veía le gustaba. Mucho no lo entendí, tampoco es que llevara algo muy provocativo, me puse un bañador típico de piscina color azul marino.
        -¿Le importaría dejar de mirarme? No me siento cómoda-. Me incorporé, y así pude contemplarlo mejor. Llegaba una camiseta de tirantes roja con el letrero de las termas y un pantalón corto blanco. Me gustó lo que veía, era el típico italiano. Apoyé las manos en el borde, y me impulsé sentándome en él. Cogí la bata me sequé un poco.
                    - Perdone. No quería que pensara mal de mí. ¿La ayudo a levantarse?-. Contestó. Me extendió un brazo para que yo le cogiera la mano.
                    - No, gracias. Ya me levanto yo sola-. Cuando estuve de pie a su lado mirándolo a los ojos, me fijé que había algo curioso en él y en su forma de mirar a los ojos. Fue como si penetrara en mis ojos y supiera lo que estaba pensando.
                     -De verdad. Perdona-. Sus labios dibujaron una sonrisa humilde-, no suelo mirar tanto a las mujeres, al menos de esa manera. Pero espero que me perdone, me llamo Anthony. ¿Tengo el placer se saber cómo se llama?-. Miré al chico de arriba abajo buscando algo malo en él. Había comenzado la conversación de antipática, así que la quise terminar igual.
                     -No, no les doy mi nombre a desconocidos.
                     -No soy ningún desconocido. Has mantenido una conversación conmigo, sabes mi nombre, a lo mejor adivinas mi edad, sabes dónde trabajo. Sabes mucho de mí-. Me quedé con la boca abierta. No sabía contestar a aquello. Me había quedado sin palabras.
                     -Ve a la ficha de registros, e intenta adivinar cuál de todas las mujeres apuntadas allí soy. Si lo consigues, búscame-. Mis labios dibujaron una sonrisa de superioridad.
              Dicho esto me di la vuelta para poder irme tranquila al Caldarium. Una vez en el agua caliente, mis pensamientos empezaron a revivir el comportamiento del nuevo desconocido que había conocido. Anthony, su nombre no se me borraba de la cabeza. ''Anzoni'' pronuncié para mí.
         Salí de allí con una serenidad inmensa, tanto, que llamé a un taxi para que me llevara al hotel. No estaba muy lejos en coche, pero a pie, era como el camino de Santiago, exagerando. Pasaron unas cuantas semanas cuando oí sonar la puerta de la habitación, esperando a que fuera el repartidor de pizzas, cogí el dinero y abrí la puerta. Para mi sorpresa no era ningún repartidor flacucho. Allí estaba, Anthony.
             - Catherin, ¿verdad?  

EL ASESINATO DE CÉSAR (Marta Suarez)

El otro día salía yo de mi casa a trabajar en las termas. Iba todo ilusionado a ver cómo me iría en mi primer día de trabajo. Cuando fui al praefornium a que me enseñaran como se suministraba el calor, la puerta estaba ardiendo, como si alguien se hubiera dejado encendido el horno. Mi jefe se extrañó mucho, ya que solían ser muy estrictos con respecto al horno, para que no se incendiaran las termas.
Aun así, seguí haciendo mi trabajo. Me puse a atender a los  clientes, indicándoles las taquillas o diciéndoles los tipos de instalaciones que hay. Pero de repente, se oyó un grito procedente de praefornium. Todos los empleados fuimos a ver qué había pasado. Cuando llegamos, vimos que el jefe César, había sido apuñalado.
      Todos nos quedamos sorprendidos y decidimos cerrar las termas. Entre todo esto llegaron los magistrados (los policías de la época) a ver todo lo sucedido y a investigar todo lo ocurrido. El magistrado más importante, fue interrogando uno a uno a todos los empleados y a los clientes que habían estado allí. Cuando me tocó a mí, me preguntaron que había hecho sobres las horas tertia y quarta. Yo le respondí que había estado atendiendo a los clientes y diciéndoles las instalaciones.
 Después de varias horas de interrogatorios y de buscar pistas del lugar de los hechos, dieron con el culpable. Era nada más y nada menos que del hijo de César,  Máximus I, que quería quedarse con las termas del padre, ya que eran las mejores termas de toda Roma y a la que iban las personas con  mayores riquezas del imperio. Nunca pensé que mi primer día iba a ser el primer día más movido del mundo.


No hay comentarios:

Publicar un comentario