lunes, 13 de junio de 2016

EN LA RESIDENCIA DE MI ABUELO.Alba Guedes

“Veía mucho la televisión los fines de semana” Decía siempre mi abuelo desde que lo metimos en la residencia.
Era lunes por la mañana, ese día coaccionaron a mi abuelo para que firmara cierto papel que le obligaba a dejar su herencia en vida, es decir, que los hijos podía tener la herencia antes de que el padre muriera y éste no quería porque temía que no lo volviesen a visitar.
El padre que tenía varios contactos llamó a su abogado y le contó lo sucedido por lo que éste preparó un alegato que permitió que anulara el papel.
Ese mismo día volvió a la residencia y se encontró con Federico, un hombre muy detractor, porque toda su infancia la pasó en un orfanato por ser un niño expósito a los tres años de edad.
Federico siempre fue un hombre con sueños, él quería tener una gabarra en un puerto cercano de su casa en la playa, pero los sueños de Federico fueron destruidos por la edad.
Juan le contó a su amigo Federico que se iba a la habitación a descansar porque acababa de volver del abogado y los juanetes del pie le dolían.
Antes de irse a la cama se encontró su viejo libro que hablaba sobre el koiné, la lengua griega. Y se acordó que tuvo un precio neto y fue por eso que lo compró.
En aquellos tiempos le faltaba el dinero y al comprarse el libro no pudo comprar la comida del mes por lo que Juan se quedó un poco ñengo, pero él siempre decía que por un libro merecía la pena, ya que leer no era nada lesivo.
Cada día que pasaba la obcecación estaba invadiendo el cuerpo de Juan, porque la edad no le permitía razonar lo suficiente, y por si esto era poco se estaba convirtiendo en una persona pusilánime.
Cuando sus hijos se enteraron del estado del padre, fueron a recabar a la iglesia a ver si al menos no empeoraba.
Como estaban todos los hermanos juntos aprovecharon y visitaron al padre y jugaron a las cartas porque su padre era muy tahúr. Cuando terminaron la partida se dieron cuenta que el tiempo se había vuelto muy umbrío, así que decidieron volver en coche.
Mientras se despedían el padre, Juan, le dio unos walkie-talkies a su hijo mayor para que se los regalara a su único nieto como regalo de cumpleaños.
Él se lo agradeció y le contó que tenía una lesión yugular por lo que no podía venir a visitarlo hasta que se mejorara.
Cuando se mejoró de la lesión fue a la parte de atrás de la casa, el zaguán para llamar a su abuelo.
Después de colgarle al abuelo se encontró a su padre y le echó un subterfugio para que no se acordase del quilate que había perdido la semana anterior.
Aunque su padre era un hombre muy versátil por lo que lo entendería. Que, como él decía: Con cuidado y mesura los problemas se enfrentan mejor.
Decidí ir a la residencia y me encontré a mi abuelo con su amigo Andrés, un hombre xicaque que le gustaba ser fehaciente en la vida. Estaban hablando y mi abuelo le contó que su padre se ocupaba en su casa de la intendencia, y que era el más bursátil de la familia.
Toda esta situación fue el hito que me hizo pensar que sería mejor volver en otro momento y dejarle con su amigo.
Era la hora de cenar y las chicas que cuidaban de todos los ancianos los llamaron para que fueran a la sala.
Mi abuelo y su amigo fueron los primeros en terminar por lo que se fueron a la habitación.
Antes de irse a dormir Juan le dijo a Andrés: Andrés, cuando era joven “veía mucho la televisión los fines de semana” y ahora me arrepiento de no disfrutar con los amigos de fiesta…





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