.ASESINATO EN LAS TERMAS(Adrián Rodriguez)
Era el 12 de lunius a la hora nona, vino un ayudante a
llamarme, él decía que tenía que ir a las termas por un brutal asesinato de un
magistrado. Salí corriendo lo más rápido posible solo tarde 3 minutos en
llegar, al entrar había un revuelo enorme no había visto tantos esclavos y
gente importante juntos nunca, todos estaban en el Apodyterium.
Al entrar en el Fridarium no había nadie, parecía que
estaba cerrada, solo se oían a otros dos investigadores que hablaban desde la
Palestra y a otros tres hablando en el Praefurnium buscando algunas pistas.
Al llegar a la Palestra vi algo que nunca había visto,
la sangre salpicaba todas las paredes, incluso al natalio había llegado la sangre y quedando
toda el agua roja. El cuerpo del magistrado parecía torturado, le faltaban tres
dedos, dos de la mano derecha y uno de la izquierda, estaba claro que había
sido alguien que estaba allí, pero la
pregunta era quién y yo estaba
allí para averiguarlo.
Registramos las termas de arriba a abajo y,
finalmente, encontramos dentro del Fridariun algo parecido a un cuchillo pero
muy rudimentario y manchado de sangre.
Habíamos descubierto dos cosas, la primera, el arma
homicida y la segunda que el asesino había sido un esclavo ya que si hubiera
sido un magistrado el cuchillo estaría
mejor tallado o con un mango en vez de con un trapo manchado de sangre del
magistrado, probablemente.
Ya se habían ido todos los magistrados, solo quedaban
los esclavos. Ya era la hora décima y todos teníamos hambre pero también
sabíamos que no debíamos irnos hasta encontrar al culpable. Tras interrogarlos
el esclavo más joven confesó, ya estaba apresado, ahora es momento de
ajusticiarlo y decidir su destino pero eso ya era cosa de los tribunales y no nuestra.
UN PASEO POR ROMA (Giselle Silva)
Las calles de Roma presentaban un aspecto
antiguo, quién sabe cuánto tiempo hacía desde que construyeron todo aquello. El
lugar de mi destino eran las termas, un lugar donde los antiguos romanos
disfrutaban del ocio. Las termas son como un gimnasio, más SPA... Allí era
donde pretendía pasar la tarde. Antiguamente, se hacían horarios para hombres y
mujeres, ya que no podían coincidir. Esa
norma en las termas a las que me dirijo, no se ha cambiado todavía.
Di la vuelta a la esquina
que por fin dejaba ver con claridad mi destino. Allí estaban, las termas
deseadas. Aceleré mi paso para poder entrar lo antes posible en aquel inmenso establecimiento.
La entrada era normal, con un gran arco al fondo que dejaba dar paso al
interior de estas. A la derecha, se encontraba la mesa en donde se pagaba lo
necesario para poder entrar y relajarse. Las paredes estaban pintadas con tonos
amarillo dorado y granate, además, se podía apreciar a simple vista lo viejas,
pero en perfecto estado que estaban. Esto en la antigüedad, seguramente estaba
a rebosar de romanos queriendo darse un lujo y cuidar su cuerpo.
Una vez pagada la entrada,
pasé por aquel arco que tanto me llamó la atención al principio del viaje. Miré
a lo alto para asegurarme de que no se me iba a caer encima, ya que esa era la
impresión que daba desde donde yo lo veía. Bajé de las nubes para fijarme en el
lugar más grande en el que había entrado nunca. Por fin podía decir que había
entrado en unas termas; que el pataleo que me había pegado del hotel hasta
aquí, había merecido la pena. El enorme espacio de la sala, era acompañada por
unas columnas que dejaban una especie de plazoleta en su interior, dando así un
ambiente relajante. Avancé entre las altas columnas, situándome en el centro de
la plazoleta apreciando la maravillosa arquitectura. Podía ver cómo los romanos
paseaban y charlaban en esta. Incluso podía imaginarme a dos hombres que se
conocen saludándose mutuamente y contándose sus cosas, como si se tratara de un
sympósium
- Perdone, señorita
Catherin ¿necesita algo?-. Una voz femenina, acompañada por los sonidos de unos
tacones clavándose en el suelo, me interrumpieron de mi deseo de proseguir con
la visita. Me viré y pude ver cómo una mujer de unos veinte o veinticinco años,
menuda, con el cabello de color marrón oscuro y con un tono de piel pálido, se
aproximaba a mí con una sonrisa de oreja a oreja, como las de las dependientas
de una tienda cuando se cansan de verte caminar de un lado a otro buscando la
prenda que más te gusta. Vestía una falda blanca ajustada que le llegaba hasta
las rodillas, una americana a juego con esta y debajo de la americana una blusa
negra que dejaba al descubierto un enorme collar de perlas blancas.
- Claro, gracias...
Estoy un poco perdida, la arquitectura es magnífica. ¿Puede enseñarme dónde me
puedo poner la bata? Ya sabe, para poder meterme en el agua-. Ella asintió e
hizo un gesto para que la siguiera. No sé el qué me sorprendía más, que pudiera
andar con esa falda ajustada, o que se supiera mi nombre.
La seguí hasta los aseos.
En comparación con lo que acababa de ver, el aseo era mucho más diminuto. Se
componía de taquillas, bancos para poder sentarse, y al fondo había un gran
muro, detrás de él supuse que estarían las duchas de agua limpia. Salí del
aseo, y volví a pisar la plazoleta, esta vez sin mi ropa habitual, pero estaba
abrigada con una enorme bata blanca que me llegaba a las canillas de pato que
tenía. Me introduje en un pasillo con escasez de luminosidad, y claro está de
ventanas. Al fondo de este había otro arco, pero menos inmenso que el de la
entrada. Me pareció que cuanto más me introducía en las termas, menos sensación
de lujo me daba.
El olor abrumador que bañaba de una
sensación agradable a mis hocicos, hacía que me relajara aún más mientras me
aproximaba. Crucé el arco, pero esta vez sin la misma sensación de que se iba a
caer. La luz natural del lugar hizo que medio entrecerrara los ojos por el daño
que me producía. El espacio era al descubierto, con baldosas de la forma de un
hexágono regular, la verdad es que mareaba un poco, pero era cuestión de
costumbre, se me pasaría dentro de unos minutos.
Pocos metros hacia
delante, estaba la primera piscina. Ésta, era rectangular, y además, la más
grande a simple vista. Al fondo, había una especie de capilla a la que los
romanos llamaban Caldarium, es decir esa era la del agua caliente, también
acompañada por una piscina, pero ésta era de forma circular.
Decidí hacer <<pito,
pito>> para elegir la piscina en la que me iba a estrenar en esto. Me
senté en el borde para meter primero las piernas y probar como estaba el agua.
Sentí como el agua me bañaba la piel de forma delicada, el agua estaba fría, es
decir estaba en el Frigidarium. Apoyé las manos en las baldosas y me eché para
atrás, coloqué las manos en el borde e impulsé un poco mi cuerpo con el fin de
sumergirlo en el agua. La mandíbula me empezó a tiritar, pero aun así seguí en
el agua. Sabía que me terminaría acostumbra
Cerré los ojos dejando el cuerpo
suelto para poder flotar. Cuando volví a abrirlos, la imagen difusa de un
rostro masculino apareció ante mis ojos. Pestañee para poder ver con claridad.
El tono de piel era mulata, tenía dos perlas verdes como ojos, su cabello no era muy corto, más bien lo tenía
un poco largo de color dorado. No dijo palabra, así que pensé que lo que veía
le gustaba. Mucho no lo entendí, tampoco es que llevara algo muy provocativo,
me puse un bañador típico de piscina color azul marino.
-¿Le importaría dejar de
mirarme? No me siento cómoda-. Me incorporé, y así pude contemplarlo mejor.
Llegaba una camiseta de tirantes roja con el letrero de las termas y un
pantalón corto blanco. Me gustó lo que veía, era el típico italiano. Apoyé las
manos en el borde, y me impulsé sentándome en él. Cogí la bata me sequé un
poco.
- Perdone. No quería que
pensara mal de mí. ¿La ayudo a levantarse?-. Contestó. Me extendió un brazo
para que yo le cogiera la mano.
- No, gracias. Ya me
levanto yo sola-. Cuando estuve de pie a su lado mirándolo a los ojos, me fijé
que había algo curioso en él y en su forma de mirar a los ojos. Fue como si
penetrara en mis ojos y supiera lo que estaba pensando.
-De verdad. Perdona-. Sus
labios dibujaron una sonrisa humilde-, no suelo mirar tanto a las mujeres, al
menos de esa manera. Pero espero que me perdone, me llamo Anthony. ¿Tengo el
placer se saber cómo se llama?-. Miré al chico de arriba abajo buscando algo
malo en él. Había comenzado la conversación de antipática, así que la quise
terminar igual.
-No, no les doy mi nombre
a desconocidos.
-No soy ningún
desconocido. Has mantenido una conversación conmigo, sabes mi nombre, a lo
mejor adivinas mi edad, sabes dónde trabajo. Sabes mucho de mí-. Me quedé con
la boca abierta. No sabía contestar a aquello. Me había quedado sin palabras.
-Ve a la ficha de
registros, e intenta adivinar cuál de todas las mujeres apuntadas allí soy. Si
lo consigues, búscame-. Mis labios dibujaron una sonrisa de superioridad.
Dicho esto me di la vuelta
para poder irme tranquila al Caldarium. Una vez en el agua caliente, mis
pensamientos empezaron a revivir el comportamiento del nuevo desconocido que
había conocido. Anthony, su nombre no se me borraba de la cabeza. ''Anzoni''
pronuncié para mí.
Salí de allí con una
serenidad inmensa, tanto, que llamé a un taxi para que me llevara al hotel. No
estaba muy lejos en coche, pero a pie, era como el camino de Santiago,
exagerando. Pasaron unas cuantas semanas cuando oí sonar la puerta de la
habitación, esperando a que fuera el repartidor de pizzas, cogí el dinero y
abrí la puerta. Para mi sorpresa no era ningún repartidor flacucho. Allí
estaba, Anthony.
- Catherin, ¿verdad?
EL ASESINATO DE CÉSAR (Marta Suarez)
El otro día salía yo de mi
casa a trabajar en las termas. Iba todo ilusionado a ver cómo me iría en mi
primer día de trabajo. Cuando fui al praefornium a que me enseñaran como se
suministraba el calor, la puerta estaba ardiendo, como si alguien se hubiera
dejado encendido el horno. Mi jefe se extrañó mucho, ya que solían ser muy
estrictos con respecto al horno, para que no se incendiaran las termas.
Aun así, seguí haciendo mi
trabajo. Me puse a atender a los
clientes, indicándoles las taquillas o diciéndoles los tipos de
instalaciones que hay. Pero de repente, se oyó un grito procedente de
praefornium. Todos los empleados fuimos a ver qué había pasado. Cuando
llegamos, vimos que el jefe César, había sido apuñalado.
Todos nos quedamos sorprendidos y
decidimos cerrar las termas. Entre todo esto llegaron los magistrados (los
policías de la época) a ver todo lo sucedido y a investigar todo lo ocurrido.
El magistrado más importante, fue interrogando uno a uno a todos los empleados
y a los clientes que habían estado allí. Cuando me tocó a mí, me preguntaron
que había hecho sobres las horas tertia y quarta. Yo le respondí que había estado
atendiendo a los clientes y diciéndoles las instalaciones.
Después de varias horas de interrogatorios y
de buscar pistas del lugar de los hechos, dieron con el culpable. Era nada más
y nada menos que del hijo de César,
Máximus I, que quería quedarse con las termas del padre, ya que eran las
mejores termas de toda Roma y a la que iban las personas con mayores riquezas del imperio. Nunca pensé que
mi primer día iba a ser el primer día más movido del mundo.
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