SIETE MIL MILLONES DE
SONRISAS
En un mundo de siete
mil millones de personas, aproximadamente mil millones se mueren de hambre.
Mientras que en una parte del globo las guerras parecen cosas de la Edad Media,
en otra mueren más de mil personas por año víctimas de los atentados. En un
lugar, los niños ríen y juegan, comen, beben y derrochan. En otro, los niños
sostienen pistolas, mueren, lloran y nadie escucha sus reclamos.
Según las estadísticas,
producimos más del doble de alimentos necesarios para alimentar al mundo
entero. La comida se pudre en las basuras mientras alguien en algún lugar del
mundo lleva días sin probar bocado.
Sabiendo esto, podemos
considerar que vivimos en un mundo enfermo. Un mundo desestructurado, pútrido y
decadente, gobernado por seres que llevan el egoísmo como bandera.
Es muy fácil hablar
desde esta parte del planeta. Uno es prisionero de su ensoñación constante y
tiene los ojos ciegos ante cualquier hecho que traspase sus fronteras. De vez
en cuando, resuena en el aire un grito mudo de algún corazón solidario. De vez
en cuando, en el televisor aparecen imágenes de dolor y sangre, que son reales
pero parecen escenas de alguna película de drama bélico. De vez en cuando, no
más de dos minutos, uno piensa y escucha y reflexiona y se dice: «no deberían
existir las guerras». Luego, lo proclama en alguna red social y, una vez
cumplida su deuda con la sociedad y sintiéndose una persona solidaria, se gasta
doscientos euros en un móvil nuevo. Para difundir más mensajes de solidaridad,
claro.
Dinero, dinero y más
dinero. Sin quererlo, nos hemos convertido en sus esclavos. El dinero es a día
de hoy el causante de muchas de nuestras penas. Por dinero hay una familia en
la calle de al lado que no tiene una casa donde cobijarse. Por dinero lloran
millones de personas cada día. Por dinero viven y por dinero mueren. ¿Qué fue
del amor hacia los demás? ¿Qué fue del cariño, del respeto? ¿Dónde se quedaron?
¿Acaso un par de trozos de papel pueden valer más que una vida humana?
No, no necesitamos
recortes en Sanidad. Necesitamos recortes en hipocresía para aquellos que se
llenan la boca con promesas de paz cuando son los causantes de todas las
guerras. No necesitamos una reforma educativa; necesitamos una reforma del
corazón humano.
La decadencia de este
mundo no se mide en las deudas que nos sobran y en el dinero que nos falta.
Somos una sociedad decadente porque nos sobra egoísmo y nos falta verdad,
porque el presupuesto de nuestra alma lo gastamos en odio, pero pocos
invertimos en amor real. Porque nos quejamos de la injusticia y de la soledad,
pero construimos nuestras vidas sobre sus cimientos.
Somos decadentes porque
dependemos más del dinero que de las personas. Vale más el oro que el afecto.
Vale más el interés propio que la sonrisa de un niño. Vestimos de gala al
corrupto y renegamos del correcto.
Somos los acaudalados
más pobres, los señores más esclavos. Tenemos el pensamiento atrofiado,
obstruido, envenenado; la mente al servicio de la tiranía del dinero. Buscamos
soluciones, pero solo posponemos los problemas.
Seremos ricos cuando
valoremos más a las personas que al dinero. Seremos libres cuando busquemos más
el bien común que el mal ajeno. Seremos dignos cuando hablemos con la verdad y
condenemos la mentira. Nos sentiremos plenos cuando libremos al amor de su
condena como producto barato de mercado.
Solo nosotros tenemos
la llave que abre el cerrojo de nuestras celdas. Vivimos presos y solos en una
cárcel de egoísmo, que es siempre austera. Olvidamos que es más hermoso el
mundo que se extiende fuera; que es más agradable un beso que un grito, una
sonrisa que un llanto, un amigo que un rival.
Salgamos de esta
cárcel. Despidámonos de la opresión. La verdadera felicidad está dentro de
nosotros y no en el entorno. Dentro de nosotros, en un lugar recóndito de
nuestro corazón, al que no pueden llegar ni los ojos ni las manos. Solo el amor
puede llegar hasta ella y tocarla y enaltecerla y cubrir con ella cada punto de
nuestra existencia.
Vamos a enamorarnos del
mundo entero, pero vamos a amarlo de verdad. Con sinceridad y devoción
absoluta. Tal vez entonces nos concentremos en buscar la cura para su
enfermedad, porque nos preocuparemos más de su bienestar que del nuestro. Y el
bienestar del mundo es el bienestar nuestro. Porque nosotros somos el mundo.
Atrévete a soñar. ¿Cómo
sería el mundo si todos, al vernos por la calle, nos saludáramos con una
sonrisa y con un abrazo? Tal vez ganaríamos más si perdiéramos el miedo a
perder. Por miedo nos aferramos a nuestros bienes y no los compartimos con
nadie. La miseria del pobre causa dolor y el hambre, desespero. De ahí surge el
deseo de arrebatarle al otro lo que tiene.
La única forma de
conseguir que el mundo sea un lugar mejor es pensar que el mundo es un lugar
mejor. Nadie lo pondrá en duda si todos compartimos ese pensamiento. El primer
paso es plantar la semilla de la esperanza. El segundo, regarla todos los días
y protegerla de las inclemencias del tiempo. El tercero es esperar, y el
cuarto, recoger los frutos que todos buscamos. El problema reside en que nos
supone un enorme esfuerzo dar el primer paso.
¿Podremos algún día,
tras tantos siglos de guerra, vivir en un mundo de paz y libertad, donde no
existan fronteras? ¿Podrán ser los niños igual de felices en todos los países
del mundo? Yo quiero creer que sí. Quiero creerlo porque todos los días hay
payasos en los circos regalando felicidad, madres que sostienen a sus hijos
recién nacidos, niños que corretean por el campo persiguiendo el vuelo de una
mariposa…
Sobre las guerras, los
maltratos, la esclavitud y sobre los campos de sangre, existe un cielo azul. El
invierno es duro, pero, cuando desfallece, donde una vez hubo nieve siempre
crece una rosa. Los amores viejos, una vez pasada la desolación que nos dejaron
sus partidas, dibujan una sonrisa en los labios del que recuerda los buenos
tiempos. Las personas que sufren, cuando dejan de sufrir, descubren que siempre
hay una estrella que brilla hasta en la noche más oscura.
Por todo esto, creo en
la belleza del mundo. Creo en la importancia de las pequeñas cosas. Creo en los
sueños, porque pueden hacerse realidad.
Vivimos en un mundo de
culturas distintas y de personas diferentes. El problema viene cuando nos
quedamos con la palabra “diferente” y olvidamos de que detrás de sus
circunstancias, hay una persona. Conocer, respetar y valorar otras formas de
ver la vida nos eleva más alto que las nubes, nos permite crecer y
desarrollarnos en todo nuestro esplendor, y ser más sabios y respetuosos de lo
que hemos sido nunca. Pero los prejuicios existen y se nos pegan, como imanes,
a los ojos, impidiéndonos ver con claridad.
Juzgamos sin tener
motivos para juzgar. Seguimos todavía anclados a las viejas costumbres del
pasado, que no son buenas por haber pervivido muchos años. Juzgamos a los demás
para cargar a alguien con las culpas que no queremos llevar a la espalda.
Nuestro mundo sería un lugar mejor sin esos juicios y prejuicios, y los perjuicios
que nos causan.
Tenemos kilómetros de
tierra y millones de personas que conocer. Miles de ritmos de música que
escuchar. ¿Puede todo eso devaluarse por el color de la piel? ¿De veras pueden
unos ojos, un pelo, un cuerpo o un timbre de voz cambiar los corazones de las
personas? Las diferencias no deberían servir para disgregarnos, sino para
unirnos y compartir experiencias.
Así quiero reunir en
este manifiesto el sentimiento de todos los municipios canarios y de todos los
lugares del mundo. Quiero reunir en estas humildes palabras el deseo por
cambiar, por construir un lugar donde todos podamos vivir en paz e igualdad.
Será un camino largo y arduo, empinado, pero no podemos rendirnos. Cambiar el
futuro está en nuestras manos. Somos nosotros quienes, minuto a minuto,
escribimos las líneas de la nueva historia del mundo.
Y si algún día sientes
que no vale la pena luchar por la paz, recuerda que hay siete mil millones de
sonrisas esperando para ser esbozadas.
Ylenia Perera Perera 1º A Bachillerato
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