“Veía
mucho la televisión los fines de semana” Decía siempre mi abuelo
desde que lo metimos en la residencia.
Era
lunes por la mañana, ese día coaccionaron
a
mi abuelo para que firmara cierto papel que le obligaba a dejar su
herencia en vida, es decir, que los hijos podía tener la herencia
antes de que el padre muriera y éste no quería porque temía que no
lo volviesen a visitar.
El
padre que tenía varios contactos llamó a su abogado y le contó lo
sucedido por lo que éste preparó un alegato que permitió que
anulara el papel.
Ese
mismo día volvió a la residencia y se encontró con Federico, un
hombre muy detractor, porque toda su infancia la pasó en un
orfanato por ser un niño expósito a los tres años de edad.
Federico
siempre fue un hombre con sueños, él quería tener una gabarra en
un puerto cercano de su casa en la playa, pero los sueños de
Federico fueron destruidos por la edad.
Juan
le contó a su amigo Federico que se iba a la habitación a descansar
porque acababa de volver del abogado y los juanetes del pie le
dolían.
Antes
de irse a la cama se encontró su viejo libro que hablaba sobre el
koiné, la lengua griega. Y se acordó que tuvo un precio neto y fue
por eso que lo compró.
En
aquellos tiempos le faltaba el dinero y al comprarse el libro no pudo
comprar la comida del mes por lo que Juan se quedó un poco ñengo,
pero él siempre decía que por un libro merecía la pena, ya que
leer no era nada lesivo.
Cada
día que pasaba la obcecación estaba invadiendo el cuerpo de Juan,
porque la edad no le permitía razonar lo suficiente, y por si esto
era poco se estaba convirtiendo en una persona pusilánime.
Cuando
sus hijos se enteraron del estado del padre, fueron a recabar a la
iglesia a ver si al menos no empeoraba.
Como
estaban todos los hermanos juntos aprovecharon y visitaron al padre
y jugaron a las cartas porque su padre era muy tahúr. Cuando
terminaron la partida se dieron cuenta que el tiempo se había vuelto
muy umbrío, así que decidieron volver en coche.
Mientras
se despedían el padre, Juan, le dio unos walkie-talkies a su hijo
mayor para que se los regalara a su único nieto como regalo de
cumpleaños.
Él
se lo agradeció y le contó que tenía una lesión yugular por lo
que no podía venir a visitarlo hasta que se mejorara.
Cuando
se mejoró de la lesión fue a la parte de atrás de la casa, el
zaguán para llamar a su abuelo.
Después
de colgarle al abuelo se encontró a su padre y le echó un
subterfugio para que no se acordase del quilate que había perdido la
semana anterior.
Aunque
su padre era un hombre muy versátil por lo que lo entendería. Que,
como él decía: Con cuidado y mesura los problemas se enfrentan
mejor.
Decidí
ir a la residencia y me encontré a mi abuelo con su amigo Andrés,
un hombre xicaque que le gustaba ser fehaciente en la vida. Estaban
hablando y mi abuelo le contó que su padre se ocupaba en su casa de
la intendencia, y que era el más bursátil de la familia.
Toda
esta situación fue el hito que me hizo pensar que sería mejor
volver en otro momento y dejarle con su amigo.
Era
la hora de cenar y las chicas que cuidaban de todos los ancianos los
llamaron para que fueran a la sala.
Mi
abuelo y su amigo fueron los primeros en terminar por lo que se
fueron a la habitación.
Antes
de irse a dormir Juan le dijo a Andrés: Andrés, cuando era joven
“veía mucho la televisión los fines de semana” y ahora me
arrepiento de no disfrutar con los amigos de fiesta…
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