miércoles, 16 de marzo de 2016

GRACIAS POR ENSEÑARME .Eva Mayor 3ºC

Yo nunca entendí la solidaridad y la empatía de las personas. Creía que todo eso estaba muy sobrevalorado, que las personas no tenían por qué preocuparse tanto por otra gente, aunque vivan en ruinas o se estén muriendo. Era de los que viven en la ignorancia y completamente aislados del mundo más allá del trabajo y la rutina. Lo sé, era un auténtico idiota. Ahora hablaré un poco de mí y de lo que pasó.
Como ya he dicho antes, no era solidario ni empático. Yo era un simple militante, y acababa de empezar a trabajar en un partido político. Pese a haber acabado los 4 años de carrera de política y trabajado 3 años en esto, aún me consideraba un novel con el tema. Cometí algunos errores, y como para mi jefe todo lo que se hacía debía ser intachable, me dijo que estaba “recortando personal” y me despidió. Vaya eufemismo ese de recortar personal. Ese mismo día, hubo una manifestación al lado de mi casa. Parecía un jolgorio de jóvenes hormonados más que nada. Eran una plaga. Vi a un abanderado que comenzó a hablar por un altavoz en un escenario y lo maldije por lo bajo. Justamente estaba delante de una santería, y un hombre que parecía un vicario me advirtió de que lo que estaba haciendo era horrible, y que Dios me lo pagaría. Bla bla bla. Yo creía en los dioses griegos, aunque estaba seguro de que en el Olimpo estaban demasiado ocupados como para estar preocupándose de si me porto mal o bien. Ni que fueran Santa Claus. Lo gracioso es que ese hombre tenía razón y algo malo estaba a punto de ocurrir.
Horas más tarde llamó mi suegra llorando, y me dijo que mi hijastro acababa de morir en un trágico accidente. Primero mi mujer y luego él. No lo podía creer. Tan rápido como pude, compré un billete hasta Ottawa, donde vivía mi hijastro con su abuela. Mas lo que debían ser 8 horas de vuelo se alargó dos meses y medio, pues el avión se estrelló antes de llegar a ver el continente siquiera por culpa de lo que parecía una calima y acabó siendo una terrible tormenta.
Caímos en una isla. Éramos 48 supervivientes. A las dos semanas más o menos, la gente se empezó a poner enferma. Yo simplemente pasaba de ellos. Había encontrado una maleta llena de comida y me la quedé, aunque hubo gente al principio que moría de hambre. Limité el acceso a esa maleta, y el único que podía tocarla era yo.
Sólo había dos médicos y pocas medicinas y antibióticos. Me salió una urticaria, y estaba bastante fea. Los médicos y cuatro personas más lograron crear una especie de bálsamo y la urticaria mejoró. Me sorprendió que me ayudaran, ya que yo no había ayudado ni a los peores que estaban cuando lo necesitaban. En especial me ayudaron una niña asiática de unos 7 años, que me traía comida y las medicinas, y un señor que practicaba funambulismo, que luego murió de un ataque. Lo estuve pensando y me empecé a sentir muy mal por eso. Así que repartí la comida que tenía y le di pilas a un joven regordete con el pelo rizado que se había quedado sin pilas para su walkman. A partir de ese día, la gente se mostraba más amigable conmigo, y ayudé a todo el que lo necesitaba sin querer nada a cambio. Ayudaba incluso al chico más tunante de todos, hice un guiñol para que los niños no se aburrieran y ayudé a un hombre que tenía un quiste en la mano a crear un huerto. Anao, la niña que me había ayudado, me regaló una xerografía que había encontrado en la maleta de su padre, fallecido en el accidente. En la foto aparecía un ñu muy adorable en una pradera. Poco después, Anao, que era muy zalamera, se convirtió en una hija para mí. Un día, dando un paseo, encontramos un yacimiento y grabamos nuestros nombres en la roca. Tuvimos mucha suerte al darnos cuenta de que cerca del yacimiento había un río, y junto al río había un kayak muy viejo, pero que estaba en buenas condiciones, ergo pudimos mandar a dos personas en él para que fueran a buscar rescate.
Tardaron 5 días en mandar equipos de rescate.


Hoy hace diez años de eso, y aquí estoy en Francia de nuevo, con la pequeña Anao, ya no tan pequeña. Adoptarla me hizo conocerla mejor, y con el tiempo fui viendo que ella era la típica niña que, si veía que alguien estaba siendo apartado en el colegio, le invitaba a casa, a sus cumpleaños. Tanto si eran de color como blancos, tanto si estaban en silla de ruedas como si estaban completamente sanos. Era la niña que hizo de ejemplo en mi vida. Era la solidaridad personificada, la empatía en carne y hueso, era todo lo que yo no había sido nunca, todo lo que estaba aprendiendo a ser ahora.
Y esta carta se la dedico a la pequeña Anao. Para que conozcas un poco más mi pasado y para decirte gracias. Gracias por enseñarme.



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