Hace
mucho tiempo, en el pueblo de mi abuela, en China, mi padre estaba
aún acostado cuando se dio cuenta de que llegaba tarde. Así que
saltó de la cama, se vistió y salió corriendo por la calle.
Pero
entonces unos compañeros suyos se rieron de él.
-¿De
qué os reís?- preguntó mi padre.
-
¡De tu moderna forma de vestir!- dijo uno.
Confuso,
mi padre se miró la ropa y se dio cuenta de que se había puesto los
pantalones al revés, y la camisa de mi abuelo le quedaba grande. Así
que volvió a correr, pero para la casa a cambiarse.
-¡Eh,
espera, hijo, te tengo que decir algo!- dijo mi abuela.
-¡No
tengo tiempo!- contestó mi padre. Y salió corriendo.
Cuando
ya casi había llegado, se cayó en un agujero lleno de barro y
corrió hacia el lago que había cerca para intentar quitarlo. No se
le quitó. Entonces buscó alguna toalla en su mochila (en el colegio
de mi padre los alumnos se quedaban a dormir), pero se había
equivocado, porque cogió la mochila de mi tío, o sea, su hermano.
Fastidiado, decidió no volver a por la suya, pues eran cuarenta y
cinco minutos aproximadamente caminando.
Al
final, cuando llegó ante aquella gran puerta cerrada, se encontró
con un AVISO que decía:
EL DÍA 3 DE NOVIEMBRE NO
HABRÁ CLASES POR EL MAL TIEMPO
Le dieron ganas de arrancarse
los cortos pelos que tenía en la cabeza y matar al profesor por no
haberlo anunciado antes. Al llegar a casa se lo dijo a mi abuela, y
ella contestó alegremente:
-¡Te lo dije! ¡Esto te pasa
por no escucharme!
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