Apenas he recorrido
unas decenas de metros y ya siento que voy a vomitar. Bien. Si mi cerebro hace
que en ciertas situaciones sienta que voy a morir, puedo hacerle algo parecido
como tonta revancha. Puedo correr hasta dejar de sentir los músculos, solo oír
el fuerte latido de mi corazón y jadear hasta el punto de tener que parar a
vomitar la cena. Puedo hacerlo. ¡Lo estoy haciendo! Cuando salí de casa eran
las dos de la mañana, por suerte todos dormían.
Corriendo como un
lerdo pienso en escribir un libro, quizás algo biográfico, pero solo sería un
desperdicio de papel, así que puede que únicamente narre esto para mí, además
de quienquiera que pueda leer los pensamientos de un chico con ansiedad y
sentimiento de asco por su propia vida.
Cuán patética puede
llegar a ser a veces y qué inútiles los intentos de mejorarla.
Me alegro de no
tener asma, si no, esto se me haría imposible. Si me viera el profesor de
gimnasia… Nunca sabrá lo mucho que odio subir por una estúpida cuerda, ¿de qué
sirve eso? Sirve para humillar y tener magulladuras en las palmas de las manos,
para eso sirve.
Me he tenido que
parar a vomitar. Lo único que me hace sentir mal por ello es que el postre
estaba delicioso. Mi padre Víctor hace el mejor tiramisú de todo Portland. Me
parece que sobró un poco, quizá cuando vuelva pueda comer algo.
Creo que debería
rebobinar un poco hacia atrás para que cualquier lector de pensamientos no se
sienta perdido en esta absurda narración. Me llamo Harry Moran Graves, aunque
técnicamente soy Harriet, hay días como hoy en los que me siento más Harry que
Harriet. Es normal. Tengo quince años, han pasado siete desde que experimenté
la ansiedad por primera vez y tres meses desde que pude pintar una pared de mi
habitación del color que mi madre llama “azul coral“. Para mí solo es azul
oscuro. Tengo pensamientos suicidas la mayor parte del tiempo y podría
llevarlos a la realidad con mucha facilidad. El más apetecible es el subidón de
adrenalina mientras caigo a varios kilómetros por hora de la azotea del
rascacielos donde vivo, pero llegar hasta arriba sin que me vea ningún vecino o
los de mantenimiento es complicado. La segunda opción sería una sobredosis, es
sencillo, un par de pastillas para no vomitar y luego como una docena de las
que sean. ¿El inconveniente? Si sale mal me veré sometido a un lavado de
estómago que no deseo en absoluto. Aún quedan dos opciones, aunque casi
imposibles. Una sería dejarme atropellar, pero funcione o no, le causaría
problemas al conductor y, por algún motivo, tampoco quiero que eso ocurra. La
última opción es la más rápida e improvable, un tiro en la sien, pero
obviamente no tengo acceso a armas, ni lo quiero.
Hablando de muerte,
quería comentar algo sobre mi hermano. Si alguien le preguntara como desearía
morir, respondería que “de anciano“, es decir, por causas naturales. Hace unas
semanas se lo pregunté, estábamos viendo una película sobre una tía que estaba
en el espacio con George Clooney, algo así. Su respuesta fue sencillamente
hermosa. Por cierto, he de aclarar que mi hermano es un astronauta de verdad,
auténtico fanático de lo que pueda haber más allá de nuestra atmósfera. Me
volvió a contar como casi muere en el “espaaaacio“, le gusta decirlo así
mientras gestualiza muchísimo. Ocurrió por culpa de un problema en su traje: una
minúscula brecha en el casco, además de no oír nada de lo que Houston le decía
por radio. Se le acababa el oxígeno y se había alejado demasiado de la nave, no
veía nada salvo la Tierra, miles de estrellas, planetas que nunca llegaría a
poder estudiar. En aquel momento solo deseaba estar en tierra firme, mancharse
de barro y correr por la arena, sintiendo calor, sintiendo. Pero no podría, iba
a morir en el espacio y nadie le encontraría, ya todo le daba igual. Dejó de
hablar consigo mismo porque ni siquiera eso le calmaba. Todo le daba igual,
comenzó a reir, la falta de oxígeno le hacía efecto y lo sabía, pero daba lo
mismo. Iba a morir y daba igual. Se desmayó y, aún no tiene claro cómo ocurrió
pero, se despertó en la Estación Espacial Internacional, al parecer le
consiguieron rescatar. Lo que trataba decirme con eso fue que no le habría
importado morir en aquel lugar, lo prefería. Desde aquel accidente sufre de
terrores nocturnos. Mi hermano Bruce es mi héroe, nunca se lo he dicho, pero
creo que, de alguna manera u otra, lo sabe.
Tengo que detener
esto un momento, no recuerdo si cerré la puerta de mi habitación antes de irme,
o si dejé la chaqueta en el perchero. Ahora no, ahora no, ahora no. Ahora no
importa, ahora no importa, ¡ahora no importa! Tengo que correr, tengo que correr
más rápido, concentrarme en respirar, respirar es lo único importante, respirar
y correr, correr y respirar. Bien.
Eso fue una muestra
de como con algo de éxito he ignorado mis propios pensamientos obsesivos. Una
pequeña victoria más al baúl de los recuerdos.
A veces pienso en
que no quiero que mis padres hagan la
llamada, esperando a que llegue una ambulancia, o que les pidan que
identifiquen mi cuerpo como su… Bueno, para ellos soy su hija. En mi mente
simplemente soy una persona, es mejor. Otras veces pienso en que podría
esperar, podría esperar a ser adulta, tener una vida hecha y que mis padres
estén orgullosos. Una despedida digna por parte de alguien que no lo es. Sería
alguien adulto, podría hacerlo e importaría menos. Miles de personas mueren
cada día, yo seré una de ellas en algún momento, qué importa cuando. Pero nunca
estoy segura de si esperar o no. Realmente no me veo capaz de ello.
Tengo una buena
familia, mis padres me quieren bastante, aunque nunca he tenido el valor de
hablarles sobre mis preferencias o la inexistencia de ellas en algunos casos.
Creo que se denomina “aromanticismo“. La gente idealiza demasiado la idea del
amor, como si no hubieran más emociones aparte de esa. Lo respeto, pero hay más
maneras de querer a alguien aparte de la romántica.
Me duelen las
rodillas, me parece que me va a explotar la caja torácica, siento un frío
extraño en muñecas y tobillos, espero no desmayarme. Sigo corriendo e intento
recordar las cosas buenas que me han pasado. Me duele demasiado la cabeza,
tengo que intentar respirar bien o me voy a desmayar de verdad. No quiero
desmayarme a las dos de la madrugada en Portland.
“Piensa en algo que te guste, Harry, piensa“, me repito hasta la saciedad, pero
no recuerdo nada. Veamos, algo sencillo: la música. Recuerdo que me gusta la
instrumental. Franz Schubert. Franz Schubert tiene genialidad. Sus piezas me
ayudan a estudiar. “Piensa en algo alegre, Harry.“ No se me ocurre nada esta
vez.
La cabeza me duele
demasiado, tengo que respirar.
Lo único que llevo
encima son las llaves y el móvil. Correr con pantalones vaqueros es una
sensación… nueva. Apenas practico deporte, lo detesto, sobretodo el baloncesto.
A los 9 años me lanzaron una pelota mientras me ataba los cordones, alcé la
vista y me dieron en la nariz. Ellos lo denominaron “broma“, yo lo llamo “iros
a la mierda, queridos compañeros“. Tuve una hemorragia nasal, aunque la suerte
estuvo siempre, siempre de mi parte, ya que no se me partió la nariz. Desde
entonces, cuando digo que no me gusta el baloncesto me intentan convencer de lo
contrario, alegando que es un buen deporte y cosas así. Es extraño como la
gente a veces no acepta que hay cosas que simplemente no gustan a todo el
mundo. Por ejemplo, si dijera que no me gusta hockey no pasaría nada, pero si
digo que detesto el fútbol soy un bicho raro anti-patriotismo. Bien. Voy a
pasar al tema de la hipocresía.
He conseguido
respirar a un buen ritmo y el oxígeno ya llega al cerebro con buenos niveles.
Dicen que lo diferente es bueno, que los bichos raros y empollones acabarán
dominando el mundo, siendo los jefes. Me gustaría mostrar la otra cara de la
moneda. Los bichos raros y empollones que acaban dominando el mundo y siendo
admirados son aquellos que son productivos para la sociedad, los que inventan,
hacen arte, dejan huella en la historia. Luego, hay otro grupo, el grupo de
bichos raros que no pasa de un 6 por mucho que se esfuerce, el que no sabe
dibujar, ni cantar, ni esculpir, los que se interesan por algo que nunca van a
conseguir y lo saben, los que si esto fuera una historieta de superhéroes
serían los que tienen un minúsculo plano al fondo de la viñeta mientras alguien
grita la obviedad de que es un super hombre el que surca el cielo y no un
pájaro o un avión. Mi inteligencia está en la media, y si rozara mínimamente
algo superior, tengo claro que esa parte de mi cerebro está dañada. Con ocho
años tuve que hacer una redacción sobre la profesión que quería ejercer al ser
mayor. Fueron dos páginas con mi mejor caligrafía sobre lo buen cazafantasmas
que sería y los motivos de ello. La profesora se aguantaba la risa malamente,
al contrario de mis queridos compañeros de clase, que reían hasta llorar
mientras yo leía, a punto de llorar de verdad. Fue la primera vez que
experimenté la ansiedad. En el recreo fingí dolor de cabeza para que me
vinieran a recoger. Mi madre puso música de Queen en la radio del coche, sabe
que me encanta y en parte consigue calmarme. Tengo una gran madre.
Acabo de pasar por
un parque. Solía jugar ahí de pequeño, qué recuerdos.
Me parece haber
visto una silueta familiar. No, imposible, nadie que conozca podría estar
despierto a estas horas y mucho menos en un parque. Me paro y espero un poco a
recuperar el aliento. Es difícil pero lo consigo. Me acerco a la silueta, de
todos modos, ¿qué tengo que perder? La ansiedad se apodera de mí prácticamente
todos los días, la depresión acecha a la vuelta de la esquina y el suicidio me
grita en mis momentos más bajos, así que un extraño en un parque no va a ser
nada peor a lo que ya me haya enfrentado. Respiro hondo y me seco el sudor de
la frente con la manga de la sudadera. La silueta se encuentra sentada en un
banco, se está abrazando las piernas mientras las presiona contra el pecho. No
tiene aspecto de querer apuñalarme y violarme, en el orden que sea. Le saludo
con un "hola" y la voz que responde me resulta conocida, ojalá no lo
fuera. Es Jorge, un chico muy guapo que, según su coeficiente intelectual, ya
debería estar en la universidad. Le pregunto qué tal está, pero obviamente no
está bien, nadie que esté donde nosotros estamos ha de estar bien. Improbable.
Ninguno tenemos
ganas de hablar, de todos modos, no sabemos qué decirnos. A ambos nos encanta
estar solos, pero no sentirnos así. Es... por así decirlo, es una especie de contador.
Cuando te has sentido solo mucho tiempo, necesitas estar con alguien que te
haga dejar de sentir así, pero mucho tiempo. Necesitas volver a aprender
ciertas cosas, como a unir sueños y esperanzas rotas, unirlas hasta que sean
incluso mejores que las originales. Hay que volver a aprender muchas cosas.
Y aquí estoy, en un
parque de Portland, algo lejos de mi casa y con el estómago vacío, pero tengo
que hacer que un buen chico deje de sentirse solo. Él se lo merece. No tengo ni
idea de qué es lo que nos ocurre. Yo podría ser una buena persona, que estudia
y hace que sus padres reciban halagos por mi crianza y, en cambio, lo que
reciben gracias a mí son recomendaciaones de psicólogos para que yo asista. A
veces pienso que me odian. No me echarían de menos si desapareciera sin decir
adiós. Esas noches me voy a dormir manchando la almohada con lágrimas. Se
acabó, al menos por ahora. Se acabó pensar en eso, al menos por ahora. Ahora
tengo que estar con Jorge, seguramente acompañarlo a su casa y, con suerte, ir
luego a la mía y comerme las sobras del postre.
Tras una charla
totalmente absurda, le convencí para que se levantara y se fuera a casa, a
condición de ir con él, claro.
Por el camino vimos
un par de siluetas alumbradas en una ventana, discutiendo sobre cosas tontas de
matrimonio. Es curioso, pero en cuanto alguien me grita o hace esa cosa de señalar con el dedo como si eso
le diera poder, dejo automáticamente de escuchar. Resulta bastante práctico, es
decir, si alguien necesita gritarme para demostrar que tiene razón, ¿acaso la
tiene? Los buenos argumentos son mejores que las voces demasiado alzadas.
Jorge me ha besado
cuando llegamos a su casa. Dioses, no.
Si eso le hace
sentir bien, de acuerdo, espero que sepa que no me gusta más allá de lo
estético y vagamente lo intelectual. Me voy corriendo a mi casa, casualmente no
está demasiado lejos de la de Jorge. Toda una suerte, sí. Como apuntes finales,
he de admitir que esto ha sido revigorizante. Correr hasta vomitar a veces resulta agradable, sobretodo si
quieres evitar los pensamientos intrusivos y estás en Portland a las dos de la
mañana.
Subiendo el
ascensor pienso en el subidón de adrenalina que me causaría el suicidio desde
la azotea, pero ahora no hace falta. Ahora creo que, tras una ducha de agua
caliente, podré irme a dormir unas horas.