La vida es una sucesión de continuos cambios. Cambios de colegios, cambios físicos, cambios de residencia, cambios de trabajo y cambios de pensamiento. A veces no nos damos cuenta de que cada día es diferente al anterior. El tiempo se disfraza de rutina, pero la rutina, silenciosa, se va deslizando progresivamente por un terreno que es distinto a cada segundo que pasa.
Llegar al instituto es uno de esos cambios. Marca un antes y un después en la vida de todos. Nos enfrentamos a una de nuestras primeras pérdidas, que es dejar la Educación Primaria. Cerramos una etapa y abrimos la puerta que nos conducirá a la siguiente, sin saber qué nos deparará el futuro y echando en falta el pasado que ya no volverá.
Para mí los cambios se traducen en emoción y en miedo. También en nostalgia, también en sueños.
Cuando pisé por primera vez el IES Gran Canaria, me pareció que era inmenso. O quizás yo era demasiado pequeña. Quizás mi mundo hasta entonces había sido demasiado pequeño, quizás estaba empezando a crecer.
Todo era nuevo. Nuevas eran las clases, los pasillos, los profesores, los compañeros. Nuevo era el horario y también eran nuevas las exigencias. Entramos como niños para convivir con los mayores, creyendo ingenuamente que aún quedaba una eternidad para llegar a bachillerato.
Pero el tiempo pasa demasiado rápido. A veces más rápido de lo que esperamos, a veces más rápido de lo que nos gustaría.
En 1º de la ESO, a los pocos meses, ya nos habíamos acostumbrado al ritmo de las clases, ya casi nos sentíamos una parte más del instituto, una parte importante. Los recuerdos que me quedan de aquellos tiempos son imágenes fugaces, pero si algo puedo decir es que fue mejor de lo que había esperado. Y eso que entraba con miedo de lo que pudiera encontrar.
Conocí a muchas personas, recibí muchas clases de muchas materias diferentes que fueron ampliando, pieza a pieza, el puzle de mi mente. Hubo compañeros, asignaturas y profesores que se quedaron en el camino, hubo amigos que se fueron, pero todas las cosas que he vivido, tanto las que echo de menos como las que no, han dejado huellas imborrables en mi memoria.
Todo sucede por algo.
Los primeros exámenes de Secundaria eran diferentes a los del colegio, pero, aunque todos sufrimos con ellos, nos enseñaron que no hay reto que no pueda superarse si ponemos todo nuestro empeño. Los cambios nos ayudan a pasar por encima de las dificultades y a valorar lo que tenemos, sea cual sea el tiempo que dure.
La experiencia de aprender nos enriquece el alma. Vivimos aprendiendo. Aprendemos de cada cosa que nos pasa. Los años que pasamos en el instituto son el tránsito desde la niñez a la vida adulta, una época en la que empezamos a entender cómo funciona el mundo y quiénes somos nosotros mismos. Ante nuestros ojos se desvelan temas que antes no existían. Aprendemos a querer, a perdonar, a razonar y a pensar por nosotros mismos.
No voy a negar que hubo muchos momentos malos. Es parte del aprendizaje: la vida tiene dos caras. Desde la inocencia de los que llegan a primero, parece que el peso del mundo cayera sobre sus hombros. No te crees capaz de poder llegar al lugar que te has propuesto, ni siquiera sabes muy bien a dónde quieres ir. Pero acabas descubriéndolo. Acabas dándote cuenta de que eres lo suficientemente fuerte como para aprobar hasta la asignatura que más se te resiste.
Finalmente, cuando los años pasan, son las experiencias buenas las que más recuerdas. Antes yo no lo creía, pero ahora me doy cuenta de que es cierto. Me doy cuenta de que he crecido sin apenas ser consciente de ello y de que todos han crecido conmigo. He escalado montañas que creí que nunca escalaría, he recorrido parajes de cuya existencia dudaba.
Mis sueños están lejos y yo espero que se queden siempre lejos, que siempre haya un sueño, al menos uno, que pueda perseguir. Tienen razón los que dicen que el camino es más importante que la meta. Si pudiera volver a vivir lo que ya he vivido, si pudiera volver a descubrir lo que ya he descubierto, mi respuesta sería sí.
Porque es cierto que saber muchas cosas es precioso, pero no hay nada mejor que vivir la experiencia de aprenderlas.